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Cien años y un día

Foto del escritor: JUAN CARLOS MERIZALDE VIZCAÍNOJUAN CARLOS MERIZALDE VIZCAÍNO

En su lecho de muerte, por momentos parecía que recuperaba la lucidez, me reconocía y repetía:

- Tengo cien años. No dejes que me muera, solo falta un día.

Mi amigo era escritor de notas cáusticas, a veces hasta le salían bien. Cultor consciente de la ironía, solía decir que su egolatría era producto de la soledad afectiva, luego de eso se maravillaba del ingenio de sus palabras y reía. Espíritu burgués, bolsillo proletario, amigo de la comodidad, de la charla amena, del poco trabajo. Laboraba por un salario conforme a su necesidad, nunca encontró uno, según él, conforme a su capacidad.

En su entierro, junto a algún pariente, quien no tenía nada peor que hacer, solo estaba yo, Felipe Brito (que para efectos de este escrito pondremos abogado). Después del funeral, me dirigí a su casa, e ingresé con las llaves que me habían proporcionado en la clínica. Luego de tantos años, tomé un trago, dije un carajo y recordé las bondades del muerto. Yo era el único que había mostrado algún interés por Alfonso Pérez, un viejo amigo desde las interminables borracheras de universitario.

Me dirigí a su estudio, recorrí uno por uno sus libros, tomé entré mis manos su pipa, gracioso el hombre, un ecuatoriano no muy viejo que jamás había estado en el extranjero, al que encantaba usar además tirantes, bastón, y corbata de laso, como diciendo que este no era su siglo. En la pequeña mesa de su estudio encontré unos apuntes casi ilegibles por la mala letra y por el uso de su personal taquigrafía, era el último relato que había escrito, algo que se titulaba “el día” con el subtitulo de “breves apuntes para una biografía que no pudo ser”. Y lo leí, en voz alta, con la solemnidad de quien lee un testamento:

“6:30 Luché un momento contra el sueño y finalmente me levanté, había un factor de responsabilidad o tal vez de costumbre en lo que hice.

6:55 Estoy vestido, me miro en el espejo y no miro a nadie, cómo es posible, no miro a nadie, solo hay una imagen en el espejo, no soy yo; si no existo no puede el cristal reflejarme, por lo tanto, es lógico, no existo.

6:57 Estoy equivocado, maldita sea; si existo. Yo soy la imagen en el espejo y no logro reconocerme.

6:58 Miré el reloj, me encuentro a tiempo.

Soy una de esas personas que juegan en la vida con el valor poético de la muerte. Basta una mirada para saber que soy profesor: terno viejo, feo, barato, pero siempre bien planchado. Me miento miserablemente y me digo que mañana lucharé por algo y seré otro, pero sé bien que no haré nada. Hoy en clases quise plantear el siguiente silogismo perfecto: Si la vida no importa entonces la muerte no vale nada, la vida no importa, conclusión, la muerte. Pero me detuve con la tiza en la mano frente al pizarrón, y escupí en el alma por que está prohibido hacerlo en el aula de clases. En todo caso ánimo, si las estadísticas no mienten, solo me faltan cuarenta y cinco años más de vida, y todo habrá terminado. ¿Podré algún día salirme de las dimensiones humanas, me dedicaré a vencer a la estadística, y exclusivamente sentiré el tiempo, esperaré el lapso hasta la muerte?.”

Interrumpí mi lectura y miré el final, 16 de abril de 1990. Un año después, creo que decidió encerrarse en sí mismo, y no salir más. Los médicos dijeron que se volvió loco. Y luego al morir, la gente amó esa tarde, aunque eso no significaba nada; amaron esa tarde por que merecía ser amada. Quito se cubrió de dorado, sus árboles dejaron de pronto de ser grises y pasaron a ser verdes, hasta el aire parecía distinto, una pequeña brisa cubría los rostros. La tarde merecía ser amada y él había muerto.

Cuando la razón no lo había abandonado, acostumbraba decir que quería morir al siglo y un día, para romper con la regla de "no hay mal que duré cien años". Y efectivamente falleció; su edad cronológica era de cincuenta y ocho años; pero él creía tener cien; dejó de existir pensando que le faltó un solo día para no haber fracasado en la vida.

“Infierno: Recordar infinito de lo qué debió haberme causado dolor y no lo causó; pensar lúgubre, constante, de aquello de lo qué debí haberme enamorado.

19:00 Hoy he matado a la esperanza, casi no me importa. El amor murió con la desilusión sexual, la esperanza con el hecho de haber afrontado la realidad de mi vida.

Y al final solo eso soy"

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¿Escribir algo sobre mí sin poner los títulos académicos?  mi hija dice que soy un poco ególotra, tal vez por eso escribo un blog.

 

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