El peor insulto que hace algunos años se podía decir a un ecuatoriano era indio; indio era sinónimo de vago, rencoroso, porfiado, o vulgar. Nuestros ancestros indígenas debían ocultarse en lo posible, y alguno hasta podía avergonzarse de sus apellidos. Ser indio era motivo de vergüenza. Aún ahora hay algunos idiotas que son capaces de sostener tal idea, como nos lo recordó hace pocos días una "ilustre" señora, lanzada a la triste fama que otorgan las redes.
La historia completa del Ecuador, cada página, salvo paréntesis casi breves, parece ser un motivo de permanente vergüenza matizada de ambición, caudillismo, intereses particulares, regionalismo, odio o corrupción; aquí un Presidente analfabeto llega a tal puesto por su ascendencia militar y su aristocrático matrimonio, allá un ejército de ex esclavos emancipados cometen improperios, luego un deseo de convertirnos en convento, un señor vomita para poder volver a comer, otros que negocian con la bandera, un héroe quemado por un pueblo que se cansó de él, una plutocracia acomodada al poder, un balcón que hablaba para llegar al poder y luego se caía, y militares siempre militares. Y locos, muchos locos, los peores de ellos con cerebros atrofiados de corrupción.
En este tiempo existe la moda ideológica que nos impone la necesidad de avergonzarnos del pasado español al que se acusa de genocida, ibéricos que movidos por la ambición dejaron de ser vasallos y pasaron a ser amos, incultos, analfabetos, degenerados y violadores. Los que siguen esta moda se complacen en la quema de iglesias, en la destrucción de monumentos, en la revisión de los nombres y las fechas históricas. Y si usted tiene la mala suerte de ser cristiano, deberá avergonzarse de todo pecado, falla o delito que haya cometido cualquiera que comparta su fe a lo largo de la historia.
Ya los cientistas y cuentistas sociales explicarán las implicaciones de asumir tanta culpa en nuestra vida, tal vez por eso andamos siempre buscando un nuevo líder que nos salve, un mesías que nos reivindique, que nos redima de nuestra condición de seres marcados por la vergüenza y nos convierta en seres iguales al resto de los otros pueblos.
Pues bien, yo renuncio a la vergüenza…
Renuncio a sentir vergüenza de mi mestizaje, de mis costumbres y tradiciones, de mi español lleno de afectaciones, de los rasgos indígenas de mi rostro, de mis apellidos de cualquier procedencia, de los versitos en castellano aprendidos a fuerza de primeros amores, juro que valoraré el mestizaje como un crisol de razas y culturas que hasta por selección genética o no, obtuvo lo mejor de cada una de ellas; pero para aclarar a los mal intencionados, renuncio a cualquier forma de racismo, un mestizo jamás puede serlo.
Renuncio a sentir vergüenza incluso de mi historia, porque ésta debe ser reescrita como la de un pueblo que avanza y progresa muchas veces a pesar de sus gobernantes, y aún a ellos los puliré y haré del latón oro; porque no podemos seguir creyendo que la única forma de surgir es matar la república de tanto en tanto y, volver a refundarla en el ánimo de matar una historia que parece renace en un círculo sin fin, cuya manifestación más clara es nuestro excesivo número de constituciones. Y finalmente asumiré con orgullo los valores de occidente que nos ha regalado una civilización la cual con sus defectos es la que más ha garantizado derechos y libertades a lo largo de la historia de la humanidad.
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