Este fue un hombre cuya historia no tiene nada que decirnos; un docente primario la resumió de modo genial: nació, creció, desarrollose, reprodujose y muriose. Algunos dicen que hasta era normal. Si tan solo hubiera nacido feo ya tuviéramos algo que narrar, pero ¡qué barbaridad! todo en él era regular, solo tenía una boca, una nariz, dos ojos, dos orejas y como si fuera poco todo en el sitio habitual. Sus padres eran horrorosamente comunes, tanto es así que al nacer lo inscribieron en el registro de la propiedad del Estado con el nombre de Juan o Santiago; nadie se alarmó por ello. Ya en la escuela lo domesticaron, aprendió a competir, a reírse del tímido, del débil y del diferente. Nunca golpeó a un profesor ni quiso clavar una daga en la tumba de algún muerto. Era de esas personas que usan anillo en la nariz, en la oreja o dónde sea, el pelo largo agarrado con una trenza y cada día se enfundaba en impecable terno, todo esto, no para ser diferente sino para parecerlo. Nada particular todo excesivamente genérico, su mirada no tenía fuego, su voz no era ni agradable ni desagradable. Era inteligente, esto quiere decir que sabía donde va la fecha en un documento, firmar sobre su nombre, manejar una computadora, tomar un taxi, usar la tarjeta de crédito, sacar impermeable y paraguas al llover. Cuando maltoncito tuvo enamoradas; se decía que era romántico pero extrañamente, cuando llegó la hora (casi como sentir hambre al mediodía) se casó, sin más motivación que un común deseo sexual. Había nacido y crecido, ahora le tocaba reproducirse. Gente, gritos, damas de honor, un párroco, una bendición, un carro que se disfraza de limosina, unos besos, la recepción, el vals, la visita a las mesas, luego solos en una habitación se arrebatan mutuamente las ropas. El desayuno, huevos, leche y jugo, al trabajo.
- Hasta pronto querido.
- Hasta pronto querida.
De noche:
- Hola querido
- Hola querida
Después todo igual. Nunca tiempo para preguntarse "¿Quién es? ¿Con quién me casé?” Tuvo dos guaguas, ninguno de sus hijos intentó comerse a su hermano, al perro o por lo menos probar una cabeza de gato. Fue feliz. Un día murió, lo enterraron vistiéndose todos de negro; tuvo un paro cardíaco o talvez la más poética, indigestión estomacal. En la máquina social lo reemplazaron por otro semejante, una pieza más nueva de modelo reciente, fabricada en serie.
Ponga querido lector una sonrisa en la cara que usted considera podría tener nuestro personaje. Para burlarse de él hágalo reír con la frente, comer con los ojos, mirar con la boca, hablar con la nariz; dígale que para usted eso es bastante normal.
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