En época de guerra, los datos y las estrategias le son ocultados a la población, tanto para evitar que el enemigo se entere, como por la necesidad de preservar la moral de las tropas y del frente interno. Eso en época de guerra. En realidad el problema del coronavirus se parece a una verdadera situación de conflicto armado, pero no tenemos un enemigo que pueda aprovechar la información que se proporciona a la población y diseñar nuevas estrategias de ataque. Así que necesitamos saber la verdad.
Hoy, ya hay dudas bastante fundamentadas sobre los datos que se ofrecen a la población, un conocido periodista ha polemizado incluso con violencia verbal e invitación a los puñetes sobre las estadísticas que se ofrecen y, ante gente muriendo no parece desproporcionado. Las razones de la renuncia de la Ministra y del pago de los bonos están también envueltos en datos no suficientemente aclarados.
Pero no son solo los datos de la realidad de la crisis lo que alarma. Preocupa mucha más la incertidumbre total y el silencio de las autoridades sobre el futuro; alguien en la población sabe cuánto tiempo durará el encierro, una semana más, un mes, dos meses; alguien en la población sabe qué condiciones deben darse para que dure un tiempo y no otro. Lo que pasa es que nos creen ignorantes, viles y abyectos, a los que hay que dar palo para que nos quedemos en casa. Y más todavía, necesitamos saber las proyecciones, los escenarios sociales y económicos a futuro.
En época de crisis se nos pide unidad y colaboración pero no se nos puede pedir ni silencio ni conformidad en un Estado democrático; necesitamos saber hacia dónde vamos. Eso sí, si las autoridades lo saben, porque también es posible que no tengan ni la más mínima (para no usar palabras más fuertes) idea.
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